sábado, 29 de marzo de 2008

PSICOANÁLISIS. CIEN AÑOS


PSICOANÁLISIS. CIEN AÑOS

FLN
“Si no puedo conciliar a los dioses celestiales, moveré a los del infierno”. Con esta cita de Virgilio, que anuncia una subversión en la historia del pensamiento, Freud comienza una de las obras fundamentales del psicoanálisis: “La interpretación de lo sueños”.
Viena, 1.900. Lugar y año de la primera edición. El editor quiso modificar la fecha real de publicación, 1.899, para conjugarla con los simbólicos dígitos del cambio de siglo.

Freud en ese momento cuenta 44 años. Médico de profesión, su interés por los trastornos de origen nervioso le lleva a interrogarse por el sufrimiento humano con el que se topa en su práctica clínica. El encuentro con sus primeras pacientes histéricas le plantea interrogantes que tratará de ir resolviendo a lo largo de su obra.

En “La interpretación de los sueños” podemos encontrar los planteamientos iniciales de algunas ideas fundamentales del psicoanálisis: la represión, el deseo o la defensa, junto a elementos autobiográficos y material onírico del propio Freud, así como fragmentos de historiales clínicos y su visión de la sociedad y del mundo vienés de la época.

Este texto, que marca un hito en la historia del psicoanálisis, tuvo el saldo de un fracaso. La primera edición, que constaba de 600 ejemplares, tardaría diez años en agotarse. Sus primeros lectores no provenían, como le hubiera gustado a Freud, de los medios profesionales y universitarios: médicos, filósofos y científicos. La obra sólo suscitó el interés de personas ajenas a los círculos a los que se dirigía Freud y de los que esperaba una respuesta. La respuesta fue el silencio. Son años de soledad para Freud con el psicoanálisis. No tiene dudas en cuanto a su hallazgo, y reivindicará esta obra hasta el final de su vida como el descubrimiento más valioso que ha tenido la fortuna de realizar. Sus primeros discípulos comenzarían a llegar poco más tarde.

En el momento de su publicación se le consideró como un libro esotérico y anticientífico. Cuando Freud emprendió la tarea de descifrar el sentido de los sueños, estos eran considerados como proféticos, como algo de índole supersticiosa, o bien simplemente estaban catalogados por la ciencia de su época como un proceso somático. Al sostener su hipótesis de que los sueños son interpretables, Freud se desliza del lado del saber profano que otorgaba al sueño un valor susceptible de interpretar y respecto a la ciencia queda en un lugar marginal. Los planteamientos científicos que explican los sueños como simples procesos fisiológicos son contrarios a su teoría. “Solo las clases populares permanecen fieles a la interpretación de los sueños, y el autor de estas líneas ha osado colocarse enfrente de los principios científicos”, escribe en 1.906. Esta osadía consiste en hacerse cargo de la parte del sueño que la ciencia rechaza, que es donde Freud pudo reconocer la huella del inconsciente.

Para Freud los sueños son la vía regia para acceder al inconsciente. ¿Qué busca Freud allí, en el inconsciente? Busca un pensamiento, una idea que ha sido reprimida y distorsionada. Una idea insoportable para el sujeto.
Trata los sueños como un síntoma neurótico incomprendido. A sus pacientes, que vienen a hablarle de sus dificultades, de sus problemas, Freud les pide que le comuniquen las ocurrencias que tengan sobre aquello que están hablando, y los pacientes, espontáneamente, comienzan a llevarle sus sueños. En este encadenamiento psíquico de la palabra, llamado asociación libre, en el que Freud persigue ir desde la idea patológica a la idea inconsciente, se encadenan los sueños. A partir de la distorsión del texto del sueño, y por medio de la cadena asociativa del sujeto, llega al sentido oculto del sueño, mostrando en este trabajo de desciframiento las leyes del lenguaje en el inconsciente.
A través de la asociación libre y de la interpretación, Freud va construyendo y verificando su teoría, cuyo punto de partida son sus pacientes y él mismo. No se coloca como intérprete del sueño, y en esta encrucijada se separa radicalmente de toda la tradición anterior sobre los sueños, en la medida que pone la interpretación del lado del sujeto, que es quien asocia. Les pide a sus pacientes que digan todo lo que se les ocurra respecto al sueño, que renuncien a toda crítica y que no desechen ninguna idea por banal que les parezca. Es en este punto, donde se diferencia y se aleja del simbolismo anterior. Esta posición freudiana es una posición inédita hasta ese momento.

“La interpretación de los sueños” no contiene una teoría que determina la interpretación. La teoría permite explicar el funcionamiento de los sueños, pero nada garantiza de la verdad de una interpretación, nada puede decirnos sobre una interpretación particular, ni sobre la verdad de un sujeto. No hay una clave universal para los sueños, como ha podido hacer creer la vulgarización del psicoanálisis, sino que cada sujeto tendrá su clave particular, por medio de la cual podrá llegar a saber algo en relación a su inconsciente, siempre que se dirija a un psicoanalista que lo escuche.

Esta obra, que tuvo como primer destino la indiferencia, convertida posteriormente en obra de referencia, es un texto cuya lectura detenida, a pesar de sus cien años, no deja de ofrecer las claves de la originalidad y el vigor del pensamiento freudiano.

Bastantes años después de la primera edición del libro de los sueños, en 1.939, a los 83 años, Freud muere en Londres, exilio que eligió para refugiarse del horror nazi. A pesar de su prestigio internacional, su condición de judío le hizo acreedor de la tortura hitleriana: miembros de su familia fueron detenidos e interrogados por la GESTAPO, sus libros prohibidos y quemados; finalmente, dos de sus hermanas murieron en campos de concentración. Sólo la fuerte presión de amigos influyentes y la intervención del embajador de los Estados Unidos consiguieron vencer los abyectos obstáculos burocráticos impuestos por los nazis. Lúcido hasta el final, no abandonó su producción teórica hasta que la enfermedad hizo estragos en su cuerpo.

La obra de Freud está marcada por un vaivén en su desarrollo. Se le ve avanzar y retroceder, lleva al lector por una dirección, un recorrido en el que lo va convenciendo para finalmente mostrarle el propio impasse en el que él se encuentra. Así camina, así establece sus hipótesis, para mantenerlas o desecharlas. Es el movimiento de quien se adentra en terrenos inexplorados hasta ese momento.

Sus discípulos no siempre le siguen, hay disensiones y rupturas. A partir de 1.920 introduce el concepto de pulsión de muerte y muestra el malestar en la cultura, para escándalo de sus alumnos, que no comparten estas nuevas vías psicoanalíticas. Con estos planteamientos potentes, que resignifican gran parte de su producción anterior, se queda solo. Pero Freud, sin hacer concesiones en sus descubrimientos, está sobre todo preocupado por el porvenir del psicoanálisis después de su muerte. Desde 1.923 un cáncer de mandíbula le acecha. Confía que la Asociación Psicoanalítica por él promovida vele por la continuidad de su descubrimiento.

El objetivo freudiano de conservar el psicoanálisis se cumple al precio de instituir la ortodoxia y el dogma analíticos que hacen del psicoanálisis una disciplina estéril, encerrada en un cuerpo conceptual, próxima a las oscuridades de la espiritualidad, ajena a las disciplinas que le rodean y a los avances de la ciencia. Los textos de Freud, que dejan de ser leídos por los psicoanalistas, se convierten en una referencia, y se hace la lectura de aquellos otros autores que se supone dan la interpretación correcta a la obra freudiana.

Los desarrollos teóricos posteriores a Freud vinieron a cerrar la puerta a “los dioses del infierno”, que él se había atrevido a abrir. Los postfreudianos devinieron en prefreudianos. Freud desmonta la concepción del hombre como dueño de su destino, para situarlo en relación a una verdad particular, propia, pero que le es ignota, inconsciente. Lo reprimido inconsciente vuelve otra vez, empujado por los propios analistas, a las profundidades. Destino de lo reprimido, mantenerse en la ignorancia de un saber que se constituye alrededor de la verdad que encierra. Se trata de la resistencia a la verdad del inconsciente de cada sujeto particular.

A finales de los años 30, la amenaza nazi y una nueva guerra en el horizonte producen una diáspora de psicoanalistas, que emigran a Estados Unidos en busca de un nuevo destino. La gran mayoría llevan como único equipaje el psicoanálisis. El procedimiento analítico que permite ir desvelando la verdad oculta del sujeto tiene que adaptarse a la nueva tierra y queda atrapado, entretejido, con el american way of life, para retornar desvirtuado, años más tarde, a su lugar de origen. Reciclado por la ideología americana, el psicoanálisis se convierte en una psicoterapia más, dirigida a adaptar al neurótico a una realidad que se le ha vuelto sintomática.

Libre de un saber previo sobre quien demanda su ayuda, Freud proporciona a sus pacientes un lugar en el que poner palabras a su sufrimiento, a las dificultades de su existencia. Interviene para implicar a su paciente en lo que dice, apuntando a su responsabilidad y a su participación en su propio malestar. Para que esta forma de proceder en la clínica descubierta por Freud opere, es necesario por parte del analizante, suponer al analista un saber que a él como sujeto le falta sobre sí mismo: de este modo se establece la transferencia. Pero este dispositivo fundamental freudiano ha sido neutralizado en la historia del psicoanálisis por la aspiración a alcanzar una ficción, la del ideal de un yo fuerte y autónomo, que se convierte en objetivo de toda cura. “Plan Marshall” para el psicoanálisis.

Un año después de la publicación de “La interpretación de los sueños”, en 1.901, nace en París Jacques Lacan, quien años más tarde, convulsionará con su pensamiento el medio psicoanalítico, hasta el punto de que el psicoanálisis, hoy, se encuentra marcado por la producción de Lacan. Quiso el azar que la obra fundadora del psicoanálisis y el psicoanalista más importante después de Freud coincidiesen en edad.

A partir de los años 50, Lacan promueve lo que él llama un retorno a Freud, a sus textos, a su lectura. Paradójicamente esta vuelta a Freud siembra de dificultades las relaciones de Lacan con las instituciones psicoanalíticas oficiales a las que pertenece. Con sus Escritos y Seminarios lee a Freud de una forma pormenorizada, crítica y rigurosa. Tiene en cuenta los callejones sin salida freudianos, sus dudas, sus aporías, y no evita los puntos de fracaso. Con este esfuerzo, Lacan introduce el psicoanálisis en el saber contemporáneo, librando a Freud del olvido.
Lacan despeja los conceptos freudianos de las adherencias ideológicas que fueron desvirtuando al psicoanálisis. Freud tiene como recurso las ciencias de su momento, de las que va tomando prestados términos para poder explicar su teoría puesto que le faltan los conceptos correspondientes para poder transmitir la experiencia clínica que quiere formalizar. Lacan retraduce la obra de Freud al lenguaje de la época y recurre a la lingüística, a la lógica matemática, la antropología estructural... Despega el psicoanálisis de la religión y de los mitos para convertirlo en una práctica clínica y en una teoría transmisible, más allá de los rituales de iniciación en que devino el psicoanálisis después de Freud, restaurando “el filo cortante de su verdad”.

Lacan introduce en la cura psicoanalítica la dimensión de la ética inherente al deseo, punto capital para todo análisis. El analista en su acto apunta a la destitución de las identificaciones del yo y a la caída de los andamiajes que se ha ido fabricando el sujeto para sostenerse en su realidad fantasmática, que obturan al sujeto del inconsciente y que lo mantienen en el estrecho marco de una vida en la que rige la repetición. Tras el acto analítico un nuevo deseo puede aparecer y un sujeto nuevo puede emerger, que en un tiempo anterior no se podía anticipar. “La diferencia -dice Lope de Vega- causa novedad y despierta el deseo”. La diferencia y el deseo que la cura psicoanalítica permite encontrar a un sujeto particular, constituyen la novedad que Freud nos legó.


F.L.N.
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